domingo, 14 de marzo de 2010

Las Calles, La Niebla

Salí a las 3 de la mañana. Me había pedido que me quedara hasta que se durmiera y así lo hice. Salí de su cuarto y fui al baño a lavarme la cara. El sueño me habia contagiado y no quería subir a mi auto en ese estado. Terminé, apagué las luces y abandoné su departamento. El pasillo casi no tenía iluminación, pero a ambos nos gustaba la oscuridad así que eso nunca fue un problema, aunque era la primera vez que me iba tan tarde. Bajé los tres pisos y me dirigí al estacionamiento. Nunca comprendí por qué tantas personas solían decirme que este lugar era peligroso. A mí me parecía un lugar muy tranquilo y agradable, será porque me gusta la neblina y la que hay aquí es realmente abundante. Cerré los ojos por un segundo mientras caminaba. Al parecer el sueño no había terminado de irse. Por fuera de las rejas pude ver a un muchacho paseando a su perro. Supuse que era algo normal, sin embargo la neblina se disipó un poco y pude ver mejor.

En ese momento cambié de opinión totalmente ya que no considero como "normal" lo que estaba frente a mí. El muchacho era de piel oscura, llevaba un poncho de plástico amarillo y por debajo de su capucha asomaba la visera de una gorra. Parecía llevar pantalones cortos y zapatillas. Lo extraño no estaba en él, sino en el perro. Había visto canes de diferentes razas, pero éste era diferente a todos. Quizás alguna vez fue un doberman, pero daba la impresión de que no tenía piel. Aparentemente sus músculos estaban expuestos y se podía ver cómo los huesos asomaban entre ellos. Mientras lo observaba el muchacho volteó a verme y mi preocupación aumentó. La mitad de su rostro parecía estar deformada, ya sea producto de alguna enfermedad o un accidente. Me miró fijamente a los ojos, como exigiéndome que dejara de analizarlos en ese mismo instante. Luego siguieron caminando hasta desaparecer en la neblina.

Fue en ese punto en que tomé mi decisión. No sé si fue buena o mala pero era algo que tenía que hacer. Empecé a caminar detrás de ellos. No pretendía alcanzarlos, sino que algo en mí también quería adentrarse en la neblina, la cual se hacía más espesa a cada paso. Tras dar la vuelta en una esquina, pude ver que no estaba sólo. El único farol en toda la calle me permitía ver a otros dos de esos perros sin piel buscando algo de comer en un tacho de basura. Pasé cerca de ellos y me miraron, esta vez de una manera completamente diferente. Lejos de intimidarme, sus ojos me transmitieron cierta familiaridad. Algo inexplicable en el momento. Sin más, volvieron a su búsqueda y sentí como si me dieran su permiso para seguir adelante.

La niebla se sentía más densa aún y las casas perdían por completo su color. En mi soledad únicamente escuchaba mis propios pasos, ya sin rumbo fijo. Tenía las manos en los bolsillos y me percaté de que en una de ellas aún empuñaba la llave del auto. Entonces recordé tantas cosas que me decían sobre este lugar. Las advertencias sobre lo peligroso que era, que no me acercara a la niebla, historias de mucha gente que se mudó aquí sin razón alguna y nunca más se supo de ellos. Nada de eso me importaba ahora. Me sentía bien aquí, caminando en medio de las pistas, de la niebla, de la nada.

Ya no quería irme. No tendría sentido porque las calles aquí no tienen nombres ni final. No sé cuánto tiempo llevo caminando porque siempre es de noche y no siento hambre ni cansancio. Hasta podría decir que me siento feliz de haberme quedado. Algún día llegare a su departamento otra vez y volveré a verla, o tal vez ella me encuentre en una de estas calles. Tenemos todo el tiempo para eso ahora. Mientras sigo mi camino sin retorno, me siento cada vez más convencido de que no fue mala idea enamorarme de una mujer que viva en este lugar tan extraño, donde la voluntad se pierde y los sueños nunca llegan a su fin.